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DECLARACIÓN

DECLARACIÓN DE EQUILIBRIO

 

«Los ‘poderes’ del Estado, no son los poderes reales que generan derechos y obligaciones, que administran o ejecutan determinadas pautas. Pero al crecer el monopolio del aparato y convertirse en el sucesivo (o permanente) botín de guerra de facciones, ha terminado trabando la libertad de acción de los poderes reales y también entorpeciendo la actividad del pueblo, sólo en beneficio de una burocracia cada vez más inactual. Por ello, a nadie conviene la forma del Estado actual, salvo a los elementos más retardatarios de una sociedad. El punto es que a la progresiva descentralización y disminución del poder estatal debería corresponder el crecimiento del poder del todo social. Aquello que autogeste y supervise solidariamente el pueblo, sin el paternalismo de una facción, será la única garantía de que el grotesco Estado actual no sea reemplazado por el poder sin freno de los mismos intereses que le dieron origen y que luchan hoy por imponer su prescindencia» (1).

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El equilibrio necesario –como dirección intencional–  surgirá de la solidaridad entre los pueblos, sustentada por la reconciliación. No consistirá en pasar página sin más, sino en la reparación de los daños causados a otras naciones, territorios invadidos o culturas asfixiadas. Para la resolución de conflictos la lógica a seguir deberá ser: dar es mejor que recibir.

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En nuestro mundo arcaico se considera que una nación crece cuando aumenta su renta per cápita y otros parámetros de carácter centrípeto. Pero las naciones no pueden ser entendidas como entes aislados en un mundo tecnológicamente desarrollado que necesita racionalizar la coexistencia con su entorno. Así llegamos al punto en que la misma idea de crecimiento debe ser replanteada.

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El crecimiento de una nación deberá ser medido en otros términos: en la valoración de sus programas de apoyo a otras naciones según ayuden a alcanzar el mismo nivel de salud, educación y calidad de vida de su población, sin que ello suponga una devastación del entorno natural.

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No podemos suponer una transición homogénea hacia una etapa de cooperación. En el primitivo mundo algunos gobiernos serán pioneros en sus programas de ayuda mutua, extendiendo una nueva forma de relación hacia otras áreas geográficas, estableciendo unidades territoriales hacia una Nación Humana Universal.

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«Lo que define a una nación es el reconocimiento mutuo que establecen entre sí las personas que se identifican con similares valores y que aspiran a un futuro común y ello no tiene que ver ni con la raza, ni con la lengua, ni con la historia entendida como una ‘larga duración que arranca en un pasado mítico’. Una nación puede formarse hoy, puede crecer hacia el futuro o fracasar mañana y puede también incorporar a otros conjuntos a su proyecto. En ese sentido, puede hablarse de la formación de una nación humana que no se ha consolidado como tal y que ha padecido innumerables persecuciones y fracasos... por sobre todo ha padecido el fracaso del paisaje futuro» (2).

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La constitución de una nación universal colocará al ser humano como valor central. Promoverá la igualdad de todos los seres humanos; la liberación social, cultural y psíquica y el rechazo a toda forma de violencia, sea ésta física, económica, sexual, religiosa o racial.

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«Hasta tanto el ser humano no realice plenamente una sociedad humana, es decir, una sociedad en la que el poder esté en el todo social y no en una parte de él (sometiendo y objetivando al conjunto), la violencia será el signo bajo el cual se realice toda actividad social. Por ello, al hablar de violencia hay que mencionar al mundo instituido y si a ese mundo se opone una lucha no-violenta debe destacarse en primer lugar que una actitud no-violenta es tal porque no tolera la violencia» (3).


Se tratará de poner en práctica, como lo más importante, el amor y la compasión por todas las criaturas vivientes.

 

La reconciliación con uno mismo y con los demás será el pilar básico de la nueva época, como el camino inevitable de esa nueva espiritualidad. Vivir equilibradamente supondrá rechazar la contradicción en nuestras vidas y mantener la unidad entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.

 

La aspiración de libertad y felicidad ya no tendrá como centro sólo a uno mismo y lo propio, sino también a la felicidad y la libertad de los demás como apoyo y como medio para lograr la propia.

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El primer paso hacia este nuevo mundo se puede realizar ahora: parcticar el dar, investigar la complejidad de no ser un ser aislado. Para ello no es necesario anunciarlo ni asociarse a ningún grupo. Hay que poner en marcha tu propio sistema de registros internos, y posiblemente eso hará que nos encontremos.

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1-2-3: Silo. Obras Completas vol.1. El Paisaje Humano, XI.

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